domingo, noviembre 03, 2024

Hay llamas que ni con el mar

Hace 744 días me reí con mi papá por última vez.


Hace 743 días me dio el Cristo que siempre llevaba al cuello para que se lo cuidara en lo que se lo podía volver a poner.


Hace 742 días le pregunté si tenía miedo y me dijo que sí.


Hace 738 días habló por última vez conmigo. Le pregunté si le dolía y me dijo que sí, también.


Hace 735 días, al volver del hospital, vi un pájaro desangrándose y pensé que anunciaba la muerte. Le tomé una foto y siempre que me sale en los recuerdos pienso en la posibilidad de que, si hubiera salvado al pájaro, quizá habría salvado a mi papá por algún efecto mariposa negra, lo cual no tiene sentido, pero qué lo tiene ante algo por lo que nada se puede hacer.


Hace 733 días 

le di un beso

le dije que descansara

lo vi, lo vi por un rato largo.

Todo esto por última vez.


Hace exactamente dos años estuve toda la noche y la mitad del día junto a un cuerpo muy parecido al suyo, aunque extrañamente rejuvenecido por el maquillaje funerario, pero que ya no era el hombre que me heredó su crucifijo y su cara, un tanto de su carácter brusco y de sus defectos y mucho de la búsqueda constante por encontrar algo que nos demuestre que la vida es otra cosa, algo que se sienta bien. 


Mañana serán dos años del momento en que le entregamos al fuego ese cuerpo que ya le pertenecía a la tierra, que ya no era él.


Mañana serán dos años del momento en que, por primera vez en mi vida, dormí con la seguridad de que no me iba a despertar la llamada de mi papá para preguntarme si ya desperté.


En total son 730 días desde que mi papá se fue y no ha pasado uno solo en el que no haya pensado en él.


Voy a tener que vivir hasta los 81 años sólo para haber pasado más tiempo de mi vida no teniendo papá que teniéndolo. Quizá para entonces ya me haya acostumbrado y ya no me sienta tan desvalida. Quizá para entonces ya no tenga esos sueños donde busco la manera de preguntarle si fue feliz, si valió la pena vivir, si sabe que lo quisimos y lo queremos y lo querremos tanto, tantísimo, y si estar muerto está bien. Quizá para entonces ya pueda dejar de contar los días desde que mi papá se murió.


Lo bueno de todo lo malo es que ya sólo faltan 14,118 días para saber.

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