domingo, octubre 22, 2023

El bienestar artificial no es el bueno

Tal vez a ti de niño no te dejaban ver telenovelas, pero a mí no me dejaban tomar medicamentos. Te cambio cuando quieras.


En un cálculo así, desde el recuerdo, tenía derecho a un par de paracetamoles al año, que debía usar sabiamente, y uno extra en casos en los que pudiera demostrar con pruebas que algo me estaba causando un dolor extremo (con pus y sangre saliéndome de un oído reventado, por ejemplo).


Es que la gente está viendo y no ve que los medicamentos te curan de una cosa y te enferman de otras tres para que nunca salgas de eso. Tu cuerpo, con la comida correcta, el agua suficiente y movimento, tiene todo lo que necesita para arreglarse solo. Querer parar un dolor es no permitirle a todo ese complejo sistema que eres que ponga en práctica sus propios mecanismos de supervivencia y se vuelva menso.

Fuut. Infancia no es destino, pero sí puede ser un pergamino de Misión, Visión y Objetivos familiares que siempre está enmarcado al mero centro de tu cerebro.


Pero, bueno. Con ese pergamino en mente, el primer tratamiento médico de largo plazo que tomé en mi vida fue uno psiquiátrico, a los 30, porque vomitaba todas las mañanas, a veces no podía pasar ni aire ni saliva y tenía el cuello y la quijada lleno de nueces (con cáscara) bajo la piel que resultaron ser ganglios gritando auxiiilio sáquenme de este cuerpo tenso, y no había evidencias clínicas que indicaran que todo esto viniera de algún otro lugar que no fuera mi cabeza.


No quisiera preguntarme pero por supuesto que me pregunto si mi primer tratamiento médico pudo no haber sido psiquiátrico a los 30 si hubiera recibido un tratamiento médico de alta especialidad con mejoralitos de niña cuando algo me dolía (y en el momento que fuera, sin importar si me había tomado uno HACE APENAS dos meses), si no me hubiera tenido que aguantar el malestar y el dolor y el miedo a volver a sentir el malestar y el dolor y así infinitamente.

El tratamiento psiquiátrico funcionó a la perfección. Por primera vez me sentí protegida, con la seguridad de tener algo a mano con qué detener el dolor y el horror, en vez de hacerle frente. Por primera vez no tuve que ser vikinga, no tuve que ser guerrera. Pero siempre he querido que se acabe el tratamiento. Y se ha acabado. 


Muy buena su medicina, felicidades, pero en el fondo yo, tan adulta, tan independiente, tan librepensadora, lo que quiero es lo que me dijeron hace 30 años que era lo correcto: tomarme mis dos tempras al año para demostrar que mi cuerpo todavía tiene con qué, todavía puede. 


Igual siempre vuelvo con la psiquiatra y empieza el ciclo que no se acaba cuando se acaba el tratamiento. Después de mucho suplicar que ya se termine, me dan permiso de dejarlo y lo dejo. Todo está bien por unos meses y casi me creo que esta es la buena (la de verdad buena). Luego todo está más o menos y luego un poco mal y luego pésimo. Siguen las caminatas de horas a ver si logro alejarme de lo que siento, los tés, las meditaciones, el grounding, los aceites, las oraciones, las terapias gestalts y cognitivas conductuales y psicoanálisis y todo lo que me dijeron pero, si yo puedo sola, si son tan malos los medicamentos y ya intenté todo lo demás, ¿por qué otra vez estoy en la cama arañándome las piernas y preguntándome si esta sí va a ser la buena (la mala, la pésima), si la necesidad de huir ahora sí me va a aventar por la ventana, si esta sí va a ser donde al fin me quiebro?


Y entonces la medicina, EL ENEMIGO, gana de nuevo. 


Voy por un ansiolítico. La mitad, porque completo ya de plano son ganas de no luchar del lado de mi cuerpo, y en un rato me siento mejor.


¿Por qué me opuse tanto a esto?


Porque el bienestar artificial no es el bueno. Piénsalo: En realidad no estás bien, estás mal y, encima, engañada, creyendo por un rato que todo está mejor pero si te sientes así es sólo por factores externos, o sea que tú-tú no estás bien, tú no, tú nunca, tú tienes que poder sola. Entiende. 

¿Qué vas a hacer cuando sólo te tengas a ti? Ahorita es nada más tu cabeza pero ¿qué vas a hacer cuando, por no cuidarte, por rendirte a la medicina, llegue la venganza de tu cuerpo?


Ya sé que no tengo razón. Ya sé que ningún hombre es una isla, que nadie puede solo, que la medicina existe para algo, que los cuerpos enfermos son válidos y que siempre va a ser mil veces peor el malestar por muy natural que sea que el bienestar de paquete. Pero que lo sepa no significa no piense lo contrario. Todo el tiempo.


Ojalá no fuera imposible regresar a 1988 a darme una pastilla para el dolor de estómago, en vez de verme vomitar de colores para que saque todo lo malo, y decirme que me la tome, que me va a hacer bien, o al 93 a untarme algo en los brazos para que se me quite la tiña y no tenga que pasar semanas y semanas de vergüenza hasta que mi sistema inmune haga lo suyo y se la lleve. Ojalá no fuera imposible ser hoy mi propio adulto responsable que me cuida, que sabe más que yo y con esa sabiduría me dice que mis defensas no se van a volver tontas así tome esta medicina algunos días que la necesite o aquella otra para siempre, que el dolor no es normal, que no es cierto que tengo que poder con todo sola para salvarme (y, al final, ¿para salvarme de qué?) y que cuidar, aunque sea artificialmente, a mi cabeza es también un acto de amor a mi cuerpo. ¿Ojalá no fuera imposible? No. Ojalá no lo sea.

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