(No es cierto. Publicidad engañosa, que le dicen.)
Anoche venía caminando de regreso a casa, alerta de los gatos, como hago siempre, para prevenir que me espanten saliendo de entre los arbustos o me caigan de una rama directo en la cabeza, como ya ha pasado, cuando vi una cosa peluda y blanca que puse en la categoría de gato sin más preocupación, porque estaba oscuro y todo lo que hay por aquí son gatos, pero entonces la cosa peluda y blanca dio tres saltitos adelante *plink* *plink* *plink* y se puso en un lugar más iluminado, donde pude ver que tal vez no era un gato, sino un un conejo, con sus orejas de conejo y sus saltitos de conejo. Me acerqué "para verte mejor" y, en efecto, era un conejo. Pensé, claro, "¿por qué hay un conejo en la calle? ¿adónde vamos aparar? esto ya no es lo que era", pero luego le di otra oportunidad, "como en el cuento, un conejo blanco es guía". Me acerqué más, *plink* brincó, más cerca, *plink* *plink* brincó brincó, se echó a correr y yo lo seguí, por supuesto que lo seguí, y por supuesto que mientras lo seguía, no fuera yo todo un lugar común, recordaba el primer encuentro de Alicia después de caer y su conflicto sobre cómo hablarle al ratón (Alicia pensó que ésta era la forma correcta de dirigirse a un ratón. Nunca lo había hecho, pero recordaba haber visto en el libro de gramática latina de su hermano: "un ratón - de un ratón - para un ratón - a un ratón - ¡oh, raton!") y yo pensé que lo había visto en aquella clase y que qué bueno recordarlo todo cuando voy siguiendo a un conejo blanco, qué emoción.
Entonces, tenía que pasar, me detuve, di la vuelta y regresé al camino para mi casa, porque sabía, sé, sabré siempre que mejor cortar esos momentos justo antes de descubrir que realmente no van a llevar a nada. Mejor guardarlos sin conclusión para poder contarlo y agregarle el qué pudo pasar en lugar del bobo lo que pasó. Entré a mi casa y le dije a mi mamá, tras hacer ruidos con la puerta, las llaves y todo lo que pudiera parecer casual para hacerla despertar, "ahí abajo hay un conejo, es blanco", y ella contestó "mññseguro es un gato, duérmetemñññ", y no había nadie más en ninguna parte para contarle y, aunque hubiera, a nadie le iba a interesar. Todos están ocupados, a nadie le importa ya lo maravilloso.
Como desahogo, al menos aquí lo puedo contar.
Para conveniencia del interlocutor diario, me acordé con esto de que hace mucho tuve un par de conejos que se endemoniaron y se peleaban y mordían y ensagrentaban las paredes, luego se detenían y se metían medio muertos a sus casas de caja para seguir la masacre al día siguiente. Durante un tiempo no pudimos salir al patio de la casa porque los conejos estaban ahí y tenían el demonio adentro, hasta que mi mamá les echó agua a presión mientras peleaban para apendejarlos y mi papá los capturó en cazuelas y se los llevaron lejos y ya no supe qué les pasó, seguro no se los comieron, porque no es bien visto comer cosas que tienen el diablo adentro, pero ahí terminó su reinado del terror.
Eso sí lo podré contar y eso sí me lo van a escuchar, porque los conejos rabiosos sí prenden. Lo maravilloso ya no.