Entro en pánico.
Se acaban, se empiezan y yo apenas voy despertando. Es como un temblor fortísimo cinco minutos antes de que suene la alarma para empezar con la rutina; para cuando logres espabilarte por completo ya todo habrá cambiado.
O tal vez no. Todos mienten. Quizá sólo es el sueño de caer en un precipicio y despertar con sobresalto a asegurarse que el lo de siempre sigue en pie.
Para poder explicar por qué me gusta el error necesitaría una regla transparente de 30 centímetros, tijeras de punta chata, varios plumones del mismo color y toda su atención, como nada de esto tengo, me limito a los ejemplos.
Mi monitor pequeño, el rostro de la perra con su ojo afectado mirándome atentamete para convencerme de que le rasque la oreja, dormir días enteros, la tristeza, la sonrisa de dientes chistosos, mi segundo nombre, el amor a una hibakusha, yo. Los prefiero porque son reales, pero que no quieran mentir con que son lo que no son.
Puedo creer en todo, pero mi fe nunca ha tenido el don para materializar esperanzas. Los fines defines y los empiezos no van a llegar.
Apenas voy despertando y ya me sorprende ver cómo todo sigue, tic tac, tic tac, cuánta indiferencia, cuánta tranquilidad.
Aún así entro en pánico.
Salgo en pánico.
Ahí vivo yo.
Se acaban, se empiezan y yo apenas voy despertando. Es como un temblor fortísimo cinco minutos antes de que suene la alarma para empezar con la rutina; para cuando logres espabilarte por completo ya todo habrá cambiado.
O tal vez no. Todos mienten. Quizá sólo es el sueño de caer en un precipicio y despertar con sobresalto a asegurarse que el lo de siempre sigue en pie.
Para poder explicar por qué me gusta el error necesitaría una regla transparente de 30 centímetros, tijeras de punta chata, varios plumones del mismo color y toda su atención, como nada de esto tengo, me limito a los ejemplos.
Mi monitor pequeño, el rostro de la perra con su ojo afectado mirándome atentamete para convencerme de que le rasque la oreja, dormir días enteros, la tristeza, la sonrisa de dientes chistosos, mi segundo nombre, el amor a una hibakusha, yo. Los prefiero porque son reales, pero que no quieran mentir con que son lo que no son.
Puedo creer en todo, pero mi fe nunca ha tenido el don para materializar esperanzas. Los fines defines y los empiezos no van a llegar.
Apenas voy despertando y ya me sorprende ver cómo todo sigue, tic tac, tic tac, cuánta indiferencia, cuánta tranquilidad.
Aún así entro en pánico.
Salgo en pánico.
Ahí vivo yo.