Una y otra vez. Me preocupa lo bello y lo bondadoso. Como no me fue dado ser bella me apuro hacia la bondad. Aún me queda otra opción: además de ser buena crear lo hermoso. Pero no. No sé.
No soy tu bicho. Nadie invoca intercesoras para mí. Es que no las tengo, creo.
Yo también apago las luces y las manos, me desnudo a gritos de lo diurno y moviente. Yo también quiero poner un puente blandengue que una mi espacio con la otra orilla. Yo también quiero cruzar y no caer, sostenerme de una palabra, ¿sabes cuál? Que no el amor, no, no esa palabra. Diantre de intertextualidad.
Yo también quiero beberme.
Nadie me reclama pegada a las palabras. Porque no lo merezco. ¿Por qué no lo merezco? Porque no.
No es un lamento, es un cuento y es que a mí la rima siempre me cayó muy mal.
Una vez algo grande y pardo revoloteó fente a nosotras. Gritamos y nos echamos para atrás. Aquello grande y pardo se paró en la pared (en la pared, en la pared) y vimos entonces que era una cucaracha, una cucaracha grande (y parda). Ella dijo: "no puede ser" y después preguntó: "¿desde cuándo hacen eso?".
Y entonces aprendimos que las cucarachas ya aprendieron a volar. Todo se aprende tan rápido que mira nada más cómo nos lleva la evolución bien encarrerados hacia sabe dónde. Pienso que lo chueco de mis dedos chicos va a hacer que un día se me considere excepcional. Agazapada aguardo el momento en que mi deformidad devenga en algo útil.
La última fumada del cigarro me supo a jabón. Abro la boca para ver si me salen burbujas, pero no, solamente lo usual. Que no palabras, no tiendo a caer en el lugar común. (¡Ja!)
¿Viste lo humorística que puedo llegar a ser?
Quien me acusa por mi disgusto ante lo solemne. Quien me acusa por mi falta de gracia. Quien se queja de flojeras crónicas por entablar conversación conmigo, por leerme, por saberme. ¿Quién? Pues nadie, nadie. Que al final no nos pusimos atención. Porque no lo merecemos. ¿Por qué no lo merecemos? Porque el amor, porque el humor, porque el horror. Porque no.
No importa.